viernes, octubre 06, 2006

UN VALIUM DE MÚSICA


El hecho que los músculos del repertorio sinfónico del siglo XX y el ansiolítico más utilizado para soportar la modernidad, el Valium, compartan un mismo origen, demuestra que ningún guionista puede superar la brillantez de la Historia en la construcción tanto de argumentos de tragedia como de comedia. Tal vez sólo a Billy Wilder se le hubiera ocurrido imaginar un personaje tan singular que hermana la música con, y dicho sin ánimo de ofender, la psiquiatría: Paul Sacher (1906-1999), presidente del Consejo de Administración de la empresa farmacéutica Hoffmann-La Roche, fabricante del susodicho calmante, además de director de orquesta y mecenas de los nombres comunes de la música del siglo pasado.

Sacher, de quien este año celebramos el centenario de su nacimiento, crea y dirige a los 16 años su propio "laboratorio", una orquesta integrada por sus compañeros de aula, ejercicio escolar que le aporta la pericia justa para gobernar cuatro años más tarde, no sin antes dejarse esculpir el gesto por el maestro Félix Weingartner, un instrumento con el que se compromete a conjugar el futuro de la música en tiempo presente, la Orquesta de Cámara de Basilea.

Paul Sacher

Los años veinte se precipitan por la pendiente de los 1900, y la apuesta por la modernidad de Sacher, empeñado en que una ciudad sin carisma como Basilea compitiera con París, Berlín y Viena en la capitalidad de la vanguardia musical, despierta pasiones entre los jóvenes adinerados suizos deseosos de ahuyentar al aburrimiento de sus vidas ociosas. Entre ellos, Emanuel Hoffman, heredero de la empresa farmacéutica Hoffman, y Maja, su esposa, madre adoptiva de las últimas criaturas pictóricas que alumbraban en esa época, no sin dolor, los pinceles de Chagall, Picasso y Miró. El matrimonio cayó enseguida bajo el influjo de la magnética personalidad del joven Sacher, cuyas ambiciones, inversamente proporcionales a los recursos económicos a su alcance, no encajaban por aquel entonces en el rompecabezas de su vida.


Maja Sacher

El destino brindará a Sacher la solución a su personal problema matemático en un paso a nivel sin barrera, donde la muerte sorprende a Emanuel Hoffman con las manos en el volante de su automóvil: "Fui directo hacia Maja" confesó sin avergonzarse a Lesly Stephenson, autor de la última biografía publicada del millonario. Así, en 1934, un devoto de la música contemporánea, sin posibles, contrae matrimonio con la viuda más rica de Suiza y madre adoptiva de los pintores de vanguardia. Tres años más tarde brotan los primeros frutos de la unión: la "Música para cuerda, percusión y celesta", de Bela Bartok; la "Rapsodia", de Conrad Beck; y "Das ewige Brausen", de Willy Burkhard; partituras encargadas por Paul Sacher que él mismo estrena el 21 de enero de 1937. Las primeras de una numerosa lista de obras, cerca de 200 en 60 años, con las que la música del siglo XX adquiere musculatura de culturista gracias al esfuerzo de los gimnastas del pentagrama más talentosos de la época: Igor Stravinsky (Concerto en re), Richard Strauss ( Metamorfosis), Arthur Honneger (Sinfonía n.4), Bohuslav Martinu (Toccata e due canzoni), Bela Bartok (Divertimento), al que sigue un extenso etcétera del mismo calibre.

Años más tarde, las ambiciones extremas de Sacher recibirán una nueva inyección de vitalidad a través de una prodigiosa fórmula química: tras décadas de poner los nervios de punta a todos aquellos melómanos cuyo gusto musical hallaba amargo cualquier plato cocinado después de Mahler, o acaso de Brahms, la empresa farmacéutica que preside Sacher comercializa en 1973, quizá pensando en ellos, el ansiolítico Valium.

Los damnificados por las partituras patrocinadas por Sacher nunca fueron advertidos de que el consumo de tal medicamento contribuía a financiar la gestación de más obras cuya audición les conducía a repetir el tratamiento, ingresando en un círculo vicioso sin salida, pues el origen de la enfermedad se hallaba, precisamente, en el remedio. Un negocio redondo, en fin.

Si el gusto de quien recorre estas líneas quedó atrapado en las redes del último Romanticismo, le recomiendo, como terapia de choque para amoldar sus orejas a los nuevos tiempos, la audición parcial de una obra de uno de los compositores patrocinados por Sacher:


Cortesia de Castpost

Cabe la posibilidad, sin embargo, que al cabo de unos segundos la crispación de su sistema nervioso le haga saber que ha fracasado en el intento. En tal caso, en lugar de consumir un Valium, para recobrar la calma interior bastará con decirse en voz baja la cola del epitafio capturado en la imagen que cierra este texto; una frase mítica del único creador que tal vez hubiera sido capaz de imaginar un vínculo tan singular entre la ansiedad y la música del siglo XX. Y mañana será otro día.

1 comentario:

Gregorio Luri dijo...

Larga vida a este espía.